Críticas de Cine [El] Cine de horror

[El] Cine de horrorEscena del filme "La caída de la casa Usher"

Rastrear los orígenes del cine de horror resulta poco menos que infructuoso, pues al ser los géneros cinematográficos etiquetas o categorías temáticas que se van codificando y elaborando en el tiempo, resulta más productivo apresarlas en su devenir, en las mutaciones que experimentan con cada nuevo aporte. Buscar la película que inaugura el terror en la pantalla requeriría la paciencia y rigor del arqueólogo. Y aunque la encontrara, no daría cuenta de lo que el género ha llegado a ser. Por esta razón he preferido seleccionar un puñado de películas que, por razones diversas, han fijado hitos importantes en este desarrollo que presento de manera más o menos cronológica.

 Lo cierto es que el cine de horror es un género “de efecto”, en tanto busca, de mil maneras y recurriendo a ciertos arquetipos, remover en el espectador esas emociones primarias, como el miedo o la angustia, y producir el estremecimiento. Hasta el arribo del cine, este cometido estaba a cargo de la literatura, de la que el séptimo arte ha tomado tantas veces prestadas sus historias para trasladarlas a un argumento. Pero el cine es espectáculo por naturaleza y permite encarnar en evidencias visuales y sonoras las pesadillas y demás desvaríos que el relato literario sembraba en la imaginación.

Por otro lado, hay que señalar la complicidad del cine de terror con otros géneros cinematográficos, con el suspense, el cine de aventuras, la ciencia ficción, el cine fantástico e, incluso, la comedia (estoy pensando en “Scary movie”). De ahí la complejidad de matices estilísticos que exhibe históricamente el género y la dificultad de establecer unas líneas de desarrollo que no sea la mera enumeración de sus variantes temáticas.

   Escena 1: El terror silente. Los primeros pasos de un género

 Voy a referirme, en primera instancia, a dos filmes aislados en los que se perfilan ya algunos de los rasgos de identidad del cine de horror en el período mudo: “Haxan” o “La brujería a través de los tiempos”, seudo-documental del danés Benjamin Christensen. Y “La caída de la casa Usher”, dirigido por Jean Epstein. La primera, rodada en Suecia entre 1918 y 1921, es un inquietante retablo de las prácticas de brujería a lo largo de la historia. Escenas de pesadilla plagadas de siniestros aquelarres, brujas y demonios, sazonan este film marginal que es, en su trasfondo, una crítica a la injusticia, la crueldad y la intolerancia que los seres humanos hemos exhibido desde siempre. El segundo film mencionado, “La caída de la casa Usher” es, por supuesto, una adaptación del conocido relato de Edgar Allan Poe. Obra cercana al espíritu del expresionismo, resulta un tanto atípica en un cineasta que figura como uno de los abanderados del cine impresionista francés, cine refinado y de raigambre naturalista. Aquí, el clima irreal y fantasmagórico de la historia se consigue con los recurrentes travellings por los pasillos de la mansión y por el tempo de la acción, distorsionado a propósito.

 Escena 2: De Caligari a Nosferatu y viceversa

 Pero donde el cine de horror encuentra una estética que le es sumamente afín, es en el cine expresionista alemán. La predilección de éste por las atmósferas sombrías, los lugares tenebrosos sumidos en las sombras y las historias escabrosas crean el escenario natural para que el género vaya alcanzando su plena madurez. La película emblemática de esta corriente encaja bien en el ámbito del horror psicológico, valga la expresión. Se trata de “El gabinete del doctor Caligari”, que en 1919 dirigiera un realizador entonces poco conocido, Robert Wiene. La trama nos presenta al siniestro doctor Caligari que tiene bajo hipnosis a Cesare, a quien exhibe de feria en feria y lo hace cometer estremecedores crímenes. Claro que Wiene desbarata un poco el argumento al convertirlo en el delirio de un loco que narra la historia convencido de que el director del manicomio en el que se encuentra recluido, es el diabólico Caligari, desvirtuando, de paso, la denuncia soterrada del guión original contra el Estado alemán que mandó a muchos de sus súbditos a la guerra. Hay quienes afirman, incluso, que el éxito de la película se debió en gran parte al trabajo de los escenógrafos, autores de los desquiciados decorados con chimeneas oblicuas, ventanas como flechas, escaleras retorcidas y sombras pintadas. Lo cierto es que esta película inaugura una nueva estética, imaginativa, insólita y subjetivista que, sin embargo, tiene como contrapartida cierto servilismo pictórico-escenográfico, criticado por Cocteau, para quien la sorpresa debía ser obtenida sin artificios, directamente con la cámara.

 La otra película es “Nosferatu”, de 1922 (sugestivamente subtitulada como “Una sinfonía de horror”), dirigida por Friedrich W. Murnau, primera adaptación a la pantalla del célebre vampiro creado por Bram Stoker a finales del siglo XIX y cuyo nombre cambió para evitar líos jurídicos con la viuda del escritor, quien tenía los derechos de autor de la novela. Este film inaugura la larga tradición del cine de vampiros, subgénero que ha dado algunos de los títulos más destacados del cine de horror. Cito a Román Gubern, en su “Historia del cine”: “Realismo y fantasía forman un todo coherente en esta historia romántica que debe menos a la vampirología que a cierta temática muy arraigada en toda la obra de Murnau, como la obsesión por la idea de la Muerte, el tema de la felicidad de una pareja perturbada por la presencia del Mal (Nosferatu) y el papel expiatorio de la mujer, que con su voluntad de abnegada entrega derrota al vampiro”.

  Escena 3: La Universal y su galería de monstruos

 De aquí, demos el salto a los primeros años 30, época en la cual los Estados Unidos atravesaban por la peor crisis económica de su historia, descalabro que, sin embargo, fue aprovechado por los estudios Universal para introducir algunos mitos del terror imperecederos, atractivo reclamo para un público deseoso de un escape de la dura realidad con destino al ámbito de lo fantástico, salvando, finalmente a los estudios de la quiebra inminente. Citaré tan sólo tres películas exitosas de esos años.

La primera es “Drácula”, de Tod Browning (autor también de la perturbadora “La parada de los monstruos”, de 1932), protagonizada por un actor de origen húngaro, Bela Lugosi quien, a la larga, sería recordado más por su encarnación del vampiresco conde de Transilvania que por sus papeles en otras cintas de terror. Si bien la película delata sus raíces teatrales en algunas escenas y, quizá debido a ello, la sobreactuación es notoria, resulta destacable la habilidad de Browning para crear ambientes fantasmagóricos y lúgubres, a medio camino entre realidad y ficción, aspecto en el cual no se puede desconocer el aporte de Karl Freund, su operador de cámara.

 El segundo film, del mismo año,  es el influyente “Frankenstein”, del inglés James Whale, adaptado de la famosa novela gótica escrita por Mary Shelley, allá por el 1816 y que es, en su trasfondo, una parábola ejemplarista del precio a pagar por la soberbia de un científico en su pretensión de crear la vida. El engendro, en este caso, fue encarnado por Boris Karloff, actor que alcanzaría notoriedad en lo sucesivo prestando su figura a personajes monstruosos o perversos.

 Tanto Drácula como Frankenstein tendrán un buen número de secuelas en años posteriores, destacándose las producciones de la Hammer en la Inglaterra de los años 50. Y, la tercera película es “La momia”, de 1932, dirigida por el alemán Karl Freund, con el tema, objeto de varios remakes, del mito de la momia que, por el poder de un conjuro, vuelve a la vida, con el único fin de recuperar el amor perdido. Soberbia actuación de Boris Karloff en esta que fue una de las cimas del ciclo de terror de la Universal.

 Mención aparte merece, en esta misma época, el versátil actor Lon Chaney, conocido como “el hombre de las mil caras” por sus múltiples caracterizaciones, posibles gracias a la magia del maquillaje y su natural talento. Mencionaré tan sólo una de sus magistrales interpretaciones como protagonista del clásico de Gaston Leroux, “El fantasma de la ópera” dirigida por Rupert Julian en 1925. Chaney interpreta al ser desfigurado que habita en los sótanos de la Ópera de París. Misterio y romanticismo se toman de la mano en un film con algunas fallas en su factura pero con una memorable actuación protagónica.

  Escena 4: El cine de terror de la serie B (con “B” de bizarro)

 Un salto aún más grande nos lleva a los años 50 y al llamado cine de la serie B, llamado así por ser un cine de segunda categoría, sin muchas pretensiones y pocos recursos, destinado a satisfacer la avidez del público por historias bizarras y simples que, en plena Guerra Fría, pulsaban los resortes de la imaginación, poblándola de monstruos, científicos desquiciados, invasiones marcianas, hombres lobo, cabezas sin cuerpos y toda una galería de maléficos personajes. Aunque, en su mayoría, estas películas eran dirigidas por realizadores de poca monta, algunos sobresalen y nos han legado uno que otro film rescatable. Destaco aquí la prolífica filmografía del director y productor Roger Corman, reconocido por sus adaptaciones de Poe, en estrecha alianza con el actor Vincent Price. A él debemos, en buena medida, el haber sentado las bases del cine de horror de bajo presupuesto, legándonos algunas películas de culto: “La pequeña tienda de los horrores”,“Historias de terror”,“El palacio de los espíritus”,“El péndulo de la muerte”, “El cuervo” y tantas otras.…

Y el pintoresco William Castle, nacido William Schloss, quien, para promocionar sus adocenadas películas de horror inventó los llamados “gimmicks”, trucos publicitarios para acrecentar el miedo de los desprevenidos espectadores, tal es el caso de “Percepto”, un sistema que generaba pequeñas descargas eléctricas en las sillas, justo cuando una pequeña y repulsiva criatura trepaba por la pierna de un indefenso proyeccionista en una sala de cine…¿coincidencia?, en uno de sus mejores filmes, “El agujón de la muerte” (1959). La historia del cine ha sido injusta con Castle, no reconociéndole su contribución al género y su legítimo afán por proporcionar al espectador una experiencia total.

 Y si nos trasladamos al hasta entonces poco conocido cine oriental, encontraremos algunas joyas como “Godzilla” (Gojira), de 1954, dirigida por el japonés Ishiro Honda, en la que hace su debut el conocido monstruo gigante, temible recordatorio de la destrucción nuclear que el país había vivido unos años antes. Esta película inaugura el subgénero ”kaiju-eiga” que hace referencia a la nutrida galería de monstruos en la cinematografía nipona.

  Escena 5: …Y seguimos asustándonos

 Finalmente, quiero citar algunas películas, ya más cercanas en el tiempo, que, desde mi punto de vista, constituyen hitos importantes que han contribuido a direccionar el género del horror fílmico, marcando ciertas tendencias en el enmarañado panorama del cine de terror actual.

La primera es una realización del polaco, afincado en los Estados Unidos, Roman Polanski. Sí, se trata desde luego de “El bebé de Rosemary”, del año 68, traducida también como “La semilla del diablo”, protagonizada por una joven Mia Farrow, cuyo personaje es sutilmente engañado para llevar en su vientre al mismísimo hijo del Maligno. Haciendo un habilidoso uso del suspenso, este film lleva a su punto culminante el terror desatado por la presencia de las fuerzas del averno, que se traducirá, posteriormente en las mil y una películas de posesiones demoníacas, temática que tiene su ejemplo emblemático en “El exorcista”, que en 1973 dirigiera William Friedkin, a partir de la exitosa novela homónima de William Peter Blatty, que, a más de uno sigue poniéndole los pelos de punta al presenciar la paulatina mutación de la inocente Linda Blair en una repulsiva criatura poseída por el diablo…

 Otro título importante en el cine de horror contemporáneo es “Carrie” (1976), del director Brian de Palma, adaptando a Stephen King, sangrienta catarsis de una adolescente humillada y ofendida por sus compañeras de clase. Considerada por muchos como un referente imprescindible del género, es también uno de los filmes más redondos de este reconocido cineasta.

 Hasta el mismo Stanley Kubrick hizo su incursión en el horror cinematográfico, adaptando a Stephen King en “El resplandor”, de 1979, con un Jack Nicholson interpretando a un escritor frustrado a quien la soledad de un hotel en la alta montaña convierte en un sicópata enloquecido, en la que quizá sea una de sus mejores interpretaciones. Aquí, Kubrick parece decidido a replantear el horror clásico, tal como otra de sus películas, “2001”, había hecho con la ciencia ficción.

 Otro film representativo que ha servido de modelo para una avalancha de remakes y argumentos afines es “La noche de Halloween” (1978), de John Carpenter, film que dio vida a los fantasmas colectivos de una sociedad en crisis a través  de Michael Myers, personaje deschavetado, encerrado en una clínica psiquiátrica por haber asesinado a su hermana menor durante una fiesta de Halloween, fugándose después de 15 años con el único propósito de hacer lo mismo con su otra hermana. Esta película inaugura el subgénero del slasher en el que la trama gira en torno a sanguinarios asesinatos cometidos por un sujeto enmascarado cuyas víctimas suelen ser inermes adolescentes. De aquí derivan personajes como Jason (“Viernes 13”) y Freddy Krueger (“Pesadilla en Elm Street”), ya instalados, por derecho propio, en el imaginario de los amantes del género.

 Aunque claramente ubicada en los predios genéricos de la ciencia ficción, cabe mencionar una película de David Cronenberg, “La mosca”, remake del clásico de 1958. La presencia de una mosca en la cabina de teletransportación, durante un experimento científico, convierte gradualmente al protagonista en un repulsivo insecto, excusa para presentar uno de los temas recurrentes en el cine de Cronenberg: el hombre preso de su condición, aprisionado en su propio cuerpo y su propia mente, que le conduce al extremo de optar entre el sacrificio personal y el sacrificio ritual de aquellos a quienes ama.

 Es justo hacer mención, además, de un par de cineastas italianos, a quienes el género debe agradecer, Mario Bava y Dario Argento. Ambos se inscriben en el “giallo”, subgénero que mezcal el thriller con la fantasía y el suspense para mostrar a asesinos ocultos en las sombras cometiendo crímenes explícitos, desde la óptica cómplice de una cámara subjetiva. Del primero recordemos “Bahía de sangre” (1971), que coquetea con el slasher y el gore, inspirando la saga de “Viernes 13” y un largo etcétera de filmes sangrientos. De Argento, mencionaré la que quizá sea su obra más conocida, “Suspiria” (1977), parte de una trilogía inacabada, en la que el director hace gala de su habilidad narrativa y su peculiar y efectista técnica visual.

 Para terminar, dos películas más. La primera es “El proyecto Bruja de Blair”, de 1999,  que causó revuelo por su aparente veracidad al ser presentados los hechos como si de un documental se tratara, lo cual, unido a una intensiva campaña de marketing, la convirtieron en la película independiente más taquillera de la historia. Rodada en 16 mm. y con escenas en su mayor parte improvisadas, este film impone el terror en primera persona, abriendo nuevas vías de exploración a un género que parecía haberlo probado todo.  Y la segunda, un film experimental de Elias Mehrige, “Begotten”, de 1991, oscura y alucinante película sin diálogos, con imágenes que remiten a antiguos mitos paganos. Filmada en un blanco y negro granuloso, este film parece ser lo más cercano a una febril alucinación proveniente de las profundidades del subconsciente. Aunque no muy conocida, apunta ya a convertirse en una pieza de culto a la que Susan Sontag califica como “una de las 10 películas más importantes de la época moderna”.

   Mauricio Verdugo Ponce (Docente Maestría en Artes Visuales, Universidad de Nariño) 8-XII-2012